miércoles, 18 de marzo de 2009
Violetas, huracanes, amantes y otros fenómenos atmosféricos
La plaza de la catedral seguía siendo un entorno mágico, aun a pesar del castigo arquitectónico al que nos sometió el ayuntamiento con la ampliación de la casa consistorial, un edificio de líneas rectas en lamentable contraste con los diversos estilos de la catedral y su entorno. Aun así, repito, aquella plaza mantenía su embrujo. Por eso el intentaba siempre que podía disfrutar sentándose en la terraza del Café di Roma, saboreando un exquisito café solo, sin azúcar, como los hombres, leyendo, y absorbiendo el ir y venir de las gentes que continuamente transitaban la plaza. Al ser su ciudad todavía un lugar pequeño, el turismo tenía la plaza como itinerario de obligado cumplimiento. Así a cualquier hora podía verse una pareja con su niño, el típico globo de gas atado al cochecito del bebe, globo que como debe ser, solo servia para ir golpeando las cabezas de los demás transeúntes, y muy rara vez para mantener al niño entretenido. Una alumna de la escuela de danza y teatro, que con sus mallas y los calentadores de piernas se dirigía a clase después de hacer el amor, ambas cosas fáciles de deducir. Iba a clase, y no salía de ella, porque aun era ágil su paso. Acababa de hacer el amor, eso lo iba gritando por todos y cada uno de sus poros. La excursión guiada de la Peña amigos de Almendralejo. Siempre le habían preocupado estos excursionistas. La edad media no baja de los 65, todos mirando hacia las alturas para poder fotografiar la cúpula de la torre de la catedral, con lo cómodo que es fotografiar las puertas, mas a su altura. Que de dolores cervicales iban de llenar esa noche el hotel de la peña Amigos de Almendralejo.
En fin. Con todo esto, a veces le costaba concentrarse en su lectura, pero tanto le llenaba lo uno, como lo otro. Y en una de esas observaciones estaba, cuando se fijo en una mujer, hermosa, radiante, que se dirigía decididamente hacia el. Tuvo que contener la sonrisa típica de “holacuantotiemposinverte”, porque jamás la había visto. Si era el nuevo sistema de cobro de sus acreedores, al final seria un placer pagar. La mujer llego a su altura, tan cerca que le inundo su olor. De pronto se descubrió respirando con ansiedad. Se detuvo, y al agacharse quedaron al descubierto un palmo por encima de sus rodillas, y desde el vértice de su jersey, el infinito valle de sus pechos. El sintió como su corazón se le volteaba. El estomago se le encogía. El pelo de la mujer rozo su cara. Ahora el vuelco estaba mas debajo de su estomago. Ella volvió a levantarse y dejo sobre la mesa un encendedor.
Se te había caído al suelo.
Debemos pensar que sonó algo parecido a gracias, aunque quizás no paso de ser un fonema gutural deforme. De pronto recordó el ramo de violetas que tenia sobre la mesa. Lo tomo y lo alargo hacia ella. Al mismo tiempo cometió la osadía de mirarla a los ojos. Se perdió en un mundo de fantasías, en profundidades vertiginosas. Cuando ella recogió el ramillete, sus pieles se tocaron. Hasta los cimientos de la catedral temblaron, las mesas bailaban enloquecidas moviendo lo que había sobre ellas hasta llegar a volcar vasos que derramaban su contenido sobre los adoquines de la plaza. Tal debía ser su turbación, que ella, para tranquilizarlo, tomo su cara entre sus manos, se acerco y su boca le humedeció hasta la medula. ¿tranquilizarlo?. Para nada. Fue como si una descarga de protones le atravesara de pies a cabeza. Y aun sin reaccionar, noto como un extraño fenómeno invadía la plaza. Un aire denso, con un inconfundible aroma a violetas y una tonalidad azulada estaba envolviendo la plaza y las gentes. Aquello iba tomado fuerza, hasta que de pronto se convirtió en un huracán que a su paso fue arrollando mesas, sillas, globos de gas, maquinas de fotos de los amigos de Almendralejo. Y así hasta que el ojo del huracán les envolvió.
Quizás todo aquello sucedió en milésimas de segundo. Que importaba. El tiempo siempre que suceden estas cosas se detiene. Poco a poco, igual que había comenzado, el huracán fue cediendo en intensidad y la plaza recobraba su normalidad. El niño flipaba mirando como su globo se elevaba arrastrando su cochecito. Gracias que sus padres alarmados le habían tomado en brazos. Eso pensaban sus padres. El pensaba lo guay que seria ir en su cochecito. Los de Almendralejo trataban de encontrar sus cámaras de fotos, y los camareros maldecían ante aquel desparramo de mesas, sillas, vasos.
Y cuando todos habían casi vuelto a sus vidas, algo llamo su atención. Miraron hacia el cielo y se quedaron boquiabiertos contemplando como una violeta descendía suavemente sobre sus cabezas, flotando en el aire aun denso hasta posarse en los adoquines de la plaza. Justo en ese instante, sobre la torre de la catedral se escucho el susurro inconfundible de dos amantes.
Stico1949// Febrero/2003
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