miércoles, 18 de noviembre de 2009

Desde El Alto (II)

Mi sugerencia, rotunda, es que no leáis esta nueva entrega de cuentos sociales. Como añadido a la mala leche que de si tiene el autor, quiero pensar, y pienso, que vivir desde dentro las situaciones que relata debe ponerle a uno al borde del pasamontañas. Yo os avise. Después si os ponéis de mala ostia porque alguien os restriegue le mierda del mundo por las narices, a mi no me reclaméis. Siempre os quedara el orujo y... las barricadas

Autor del cuento: un hombre ama de casa
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A l@s que quieran ver lejos y cerca
A l@s que quieran despertar
A l@s que no estén vencid@s todavía



MIOPOÍAS, VIOLENCIAS Y OTROS MALES DE BOLIVIA (Y EL MUNDO)

Mibel es miope. Sus ojos los entorna para poder ver mejor, por eso tod@s le llaman la china. ¿Por qué se empeña? Sólo va a ver basura, perros vagabundos, polvo, charcos de agua infecta, borrachos y a un tipo de barba y también miope (pero con gafas) que pronto la va a dejar. Sea como sea la verdad es que es preferible ver, aunque sea para huir más rápido. Esta tarde, antes de empezar la clase, me ha llamado para contarme algo. No sé si le gustaría que ahora vaya yo diciéndolo por ahí, así que si la ven no le digan que se lo he contado. Ayer su padre perdió el trabajo. En vez de buscar otro se fue a tomar (beber) que es como soluciona todos sus problemas el hombre boliviano medio casado y con hij@s (aunque conozco a uno que no es así). Cuando ya iba suficientemente borracho volvió a casa. Lo difícil de entender es que, en vez de partirle la cara a Bánzer, Paz Zamora, la embajadora yanqui en Bolivia (Dona Hrinak) o a algún directiv@ de Coca-cola o Repsol, le pegó a su mujer embarazada y a su hijo de pocos meses. No sé si Mibel se llevó su parte de frustración y cobardía paterna. Satisfecho de su hombría y solucionado el problema de llevar pan o plata a la casa (lo solucionó obviándolo) se marchó anunciando que volvería al día siguiente para pegarles más. Eso es un hombre hecho y derecho, con un par. Pero no se alarmen, la madre ha tomado sus medidas: le ha pedido a su hija Yovanna (menor que Mibel) que se quede con ella. Será que así tocan a menos golpes. Muy poco he podido decirle a Mibel mientras me lo contaba. No he sabido darle una solución, sólo le he recordado dónde vivíamos y que podía ir allí en cualquier momento. Pero no sirve. Debería haberla acompañado a su casa para esperar a su padre con un bate de béisbol y explicarle en lenguaje morse que no está bien pegar a la mujer ni a l@s hij@s. Pero ahora permítanme un par de reflexiones. Les diré el nombre completo de la niña: Mibel Berna Colque. Berna es el apellido que le ha dado el padre y Colque se lo ha dado la madre. Es una obviedad pero me ha parecido bien recordarlo. Mibel es hija de su padre y de su madre, es y será, por tanto, una consecuencia de ell@s. Cuando Mibel sea madre pegará a sus hij@s y cuando sea esposa se dejará pegar por su marido. ¿Y nunca acabará esta rueda de terror? Aquí es así, no se aprende del error, se repite. ¿Quién de ustedes piensa que el padre es en realidad una víctima? Yo no. Cierto que la pobreza de Bolivia es culpa de la Shell, de Goni (otro politiquillo miserable que lo es porque se pudre en dinero y no sabe cómo joder más), de los estragos de Simón I Patiño (lo de I es porque fue el primero de una saga de asesinos explotadores, y que conste que también pondría hijo de puta pero me contengo por si suena mal), de la política de los U.S.A. y hasta de Carlos I y Felipe II si quieren (y estén atent@s porque un nuevo culpable de esta pobreza será Telefónica). El padre de Mibel es, con suerte, un número marginal en las sucias estadísticas de este feliz mundo globalizado. Es un paria, un proletario de libro: padre con muchos hij@s y pobre de solemnidad. A ningún dirigente del F.M.I., B.M., B.I.D., O.N.U, o E.U. le importa una mierda este hombre (si tienen la oportunidad miren debajo de las carísimas alfombras de estas instituciones, descubrirán millones de muert@s que nos quieren hacer olvidar). Pobre tipo. Pero este hombre tiene una familia que destroza, una hija que tiene miedo de que vuelva su padre y una vida que está ahogando en alcohol, por supuesto del malo. ¿Por qué no usa su cara para enfundarse un pasamontañas y sus manos para empuñar un fusíl? ¿Por qué se ha dejado vencer sin oponer resistencia? ¿Por qué condena a Mibel a su misma miseria? No, este hombre no es una víctima. Es uno de los mil verdugos que han ayudado en su propia muerte y que están matando a Mibel. ¿Y la madre? ¿Qué hace esperando a que vuelva el marido a pegarle? ¿Por qué no hace nada? Aquí la autoridad está establecida, no se gana. El hombre merece respeto, haga lo que haga. Creer eso es creer una mentira, algo falso. Es, por tanto, ignorancia, no cultura. La madre tampoco es una víctima. El marido llegará completamente borracho a pegarle. Una sartén, un buen palo, un cuchillo o una botella rota podrían impedir que lo hiciera. No se escandalicen tanto. Esta mujer está condenada a ser culpable de asesinato, sólo tiene que elegir de qué muerte se le va a acusar, si de la suya o de la del marido. Yo no sé ustedes, pero si yo fuera ella, preferiría que me acusaran de la segunda. Pero no va a hacer nada, va a esperar que él venga y le pegue. Aquí todas optan por ser culpables de su propia muerte. Pero no se cansen mucho la vista mirando tan lejos. Descánsenla un poco, seguro que alguna vecina, conocida o compatriota está en situación similar: el tercer mundo está por todas partes. Termino de escribir. Ya casi son las nueve de la noche. Pronto volverá el padre de Mibel a casa con los bolsillos llenos de miseria, los puños de odio y culpabilidad y los ojos de falso victimismo. Ya falta poco para que la madre de Mibel, y acaso ella también, reciba su paliza. ¿Y qué hacen mientras ustedes? No se sientan tan mal: yo voy a dejar de escribir y a traerme la cena a la mesa camilla, no saben lo que se agradece un brasero cuando es invierno en El Alto.


En algún lugar del Oeste de Bolivia
Junio del año 2000
FM

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