Nunca supe si había intencionalidad en ella. Pero de la forma que fuera, aquella imagen sé que me acompañara mas allá de los inframundos, y que cada vez que necesite recordar la magia, haré aparecer aquel rincón en mi mente.
Allí estaba, sentada sobre los dos taburetes de la cocina. La espalda sobre el frigorífico laminado en negro, el fondo blanco de los azulejos devolviendo luz a su piel, y con las gafas. Quizás por alguna razón que nunca sabré, alguien que antes que yo la vio y pudo así definir la sensualidad.
Desde su rincón, con sus coletas dándole ese aire de colegial que tanto nos pone a los hombres, erguida la cabeza, mirándome a través de sus gafas de escritora erótica, casi me desafiaba. Que hermoso es su cuerpo. Lo cubre con un pijama ligero, fresco y cómodo para dormir, con un tirante distraídamente caído sobre su brazo. Su pierna izquierda se alarga descaradamente sobre el segundo taburete hasta terminar casi con pereza en un pie que podría haber sido esculpido en alabastro para mostrar al universo un trozo de belleza. Su otra pierna forma ángulo cerrado con su muslo, y descansa el pie sobre el taburete. Y su piel. Su piel es morena, pero no ese moreno “gabinetesolarcomovoyamolarestanocheenlafiesta”. No.
Su piel es morena porque el sol y la sal de los mares están en ella. Y así refleja el color de la arena del desierto al atardecer, pero impregnado de brisa de mar. Y de aquella guisa, con sus muslos descubiertos, sostiene en sus manos su tazón de cacao.
Yo sabia que aquello significaba productividad. Cuando estaba allí y así, era porque había decidido lo próximo que escribiría. El cacao la hacia productiva.
Me ofreció con un gesto que solo ella era capaz de componer, que compartiera su tazón de cacao templado. Casi salte sobre ella. Verla así hacia que el caballo loco de mi sexualidad relinchara soplando por sus narices aires cargados de furia, pero había aprendido a sujetarle con mano firme con las riendas de la sensualidad. Sabia que con ella, era enloquecedor el camino mas que el final del viaje. Me acerque, ¿ o me deslice?, hacia ella, pero no hice ademán de beber. Unte un dedo en el cacao tibio, y deje caer una gota sobre su rodilla. Ella miraba. Despacio, muy despacio, mi boca fue buscando aquella gota, mi lengua surgió de entre mis labios y casi desafiando las leyes de la física, creo que no llegue a rozar su piel, saboreo la mezcla de piel, sal, cacao y arena sobre la rodilla desnuda. Fue como una explosión. Pude sentir el aire moverse a mí alrededor impulsado por la reacción de aquella piel. Ella no aparentaba haberlo notado. Durante un instante solo me miro. Sus ojos eran negros, del negro más luminoso que había fabricado el universo.
Muy despacio, como imitándome, metió su dedo en el tazón, recogió de el una gota de aquel cacao oscuro y denso, y la dejo caer sobre su rodilla, pero de tal forma que pudiera deslizarse pegajosa sobre su muslo. Tome su pie en mi mano. Levante un poco su pierna, ayudando así en su recorrido a la insinuante gota. Y deslice mi lengua a lo largo de su muslo, sobre aquella piel de cerámica cálida. Esta vez, ambos fuimos atrapados en la explosión. Fue todo su cuerpo. Fue un estremecimiento que nos traspaso fugaz pero intenso. No se fue. Estaba allí, revoloteando junto a nosotros, dispuesto a sumarse a estremecimientos venideros que terminarían por componer toda una sinfonía de deseo. Hizo un movimiento de cabeza, para que yo pudiera llegar sin ningún obstaculo hasta su oreja y deslizarme así desde ella, a lo largo de cuello, en un rapel de sensualidad húmedo que mojaba su cuello y quien sabe que mas. Cuando volví a mirar, de forma inexplicable, su pijama había desaparecido. Y ocupaba su lugar un universo de piel, formas y sabores. Aquella pierna que al principio se alargaba a lo largo del taburete, colgaba ahora hacia el suelo, descubriendo en su totalidad la otra pierna que seguia formando un ángulo pensado para el eslalon. Eso fue lo que la siguiente gota de cacao intentó hacer recorriendo su muslo en una trayectoria que indefectiblemente le llevaba hasta el lugar del que brotaban aquellos impulsos que nos hacían sentir cada vez mas el uno en el otro. Y así, sin pensar en los riesgos de un eslalon sin el equipamiento necesario, me lance en pos de aquella veloz gota que pugnaba por escapar.
No lo logro. Puse pegarla a mi lengua cuando casi se perdía en el final de su trayecto...
Pero aquello solo fue el principio. Todo un torrente de gotas galopaban hacia mi boca, y una a una, fui sorbiéndolas, disfrutándolas. Hasta que una de ellas logro zafarse y me llevo a buscarla entre los muslos de mi compañera que en ese momento ya acariciaba mi cabeza con sus manos, en una lucha entre mi libertad y sus deseos de arrastrarme a sus entrañas.
El tazón de cacao embadurnó nuestros cuerpos. Y la sal, la arena y el sol... contemplaron aquellos dos cuerpos sin poder distinguir donde empezaba el uno, y donde el otro.
stico1949
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