Sábado. Había logrado quedar con ella por fin. Cena. Una cena típica de las que devendrían una noche de lujuria. O al menos eso pretendía yo. Paseo, para no conducir bajo los efectos del buen vino. Y ahora, si. A casa. Un poco de charla, un licor seco, música. Todo iba bien. Un poco de juego, unos “síes” con la mirada, y tras la conformidad sin palabras, a la cama.
Dos menos diez minutos de la madrugada. El juego de seducción ya había preparado el camino y apenas hubo preámbulos.
Tras recuperar las respiraciones, ella pregunta: que hora es?
Las tres y cinco.
Dios!!!! Nada mal a tus 62 años mi viejito.
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