martes, 30 de noviembre de 2010
El drogata gilipollas
Erase que se era una vez un drogata.
Visto desde fuera nadie lo hubiera dicho. Su forma de estar con la gente, con sus compañeros de trabajo, con las cajeras del Mercadona. Pero los Custodios de la Salud Social, celosos de su trabajo, siempre andaban fisgando, aconsejando y tratando de averiguar si descubrían miembros de la sociedad que infringían aquella norma. Eran severos, muy severos, y las gentes con adicciones se cuidaban muy mucho de ellos. Claro que a algunos se les notaba tanto que ellos solos se delataban. Nuestro drogata no corría peligro. Ademas de no incidir en las vidas de los demás con su enganche, tenia lo que el creía el escondite perfecto. Hasta que un día, un Custodio despistado abrió una puerta que no debía y le descubrió. Era una sociedad tajante. Los juicios sumarísimos, rápidos. Se dictaba sentencia y se ejecutaba. Todo en apenas unas horas. El destierro sin retorno a una isla solitaria era el castigo a los drogatas.
Y va el protagonista de nuestra historia, y justo cuando pisa el suelo de la isla se hace el firme propósito de no volver a drogarse.
Valiente gilipollas.
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